Hay una botella con agua gasificada sobre la mesa. Al centro y a media luz, una persona se encuentra en una silla con los brazos atados por detrás. No puede moverse, menos defenderse. La tortura está a punto de comenzar.
Agitan la botella y amenazan. A la víctima se le exige que hable, que confiese. Las suplicas desgarradoras cada vez son más altas, pero no logran sensibilizar a los torturadores. Al no conseguir que “hable por las buenas”, el agua, empujada por el gas, se le introduce por la nariz.
Conocido como “tehuacanazo”, este es uno de los métodos de tortura más practicados en México, aunque no es el único. Hoy, en el marco del Día Internacional de las Naciones Unidas en Apoyo de las Víctimas de la Tortura, vale la pena recordar esta práctica, lamentablemente generalizada en nuestro país.
No perdamos de vista que con la tortura también se fabrican culpables y, además, se simplifican las tareas de investigación del Estado. En 2015, Juan E. Méndez, relator especial de la Organización de las Naciones Unidas (ONU), indicó que “aún persiste en México una situación generalizada del uso de la tortura y los maltratos”, luego de presentar un informe sobre “La Tortura y otros Tratos Crueles, Inhumanos o Degradantes”, ante el Consejo de Derechos Humanos de la ONU.
“Tengo la obligación de decir al gobierno de México, pero también a la sociedad mexicana, que hay una especie de endemia de la tortura que hay que corregir”, sentenció Juan E. Méndez. Y es que, así como nos fue fácil imaginar cómo se realiza un “tehuacanazo”, también lo vemos como algo “normal” entre las maneras que se tienen para encontrar al culpable en un caso específico.
El "tehuacanazo" no es el único método que se utiliza en la actualidad con el objetivo de intimidar y obtener información de una manera más rápida y sin involucrar un trabajo de investigación más exhaustivo. Las prácticas intimidantes van más allá de una botella con agua mineral.
La semiasfixia también es una práctica común en la tortura actual. A la víctima se le colocan bolsas de plástico o trapos mojados en la cara para simular ahogamiento. La privación del sueño también se realiza como forma de tortura, aunque en algunos centros ilegales, como los retiros clandestinos en donde “curan” la homosexualidad en México, es muy utilizada.
En este método, la víctima es colocada en una habitación iluminada en la que tiene que permanecer despierta por muchas horas. Apenas cierre los ojos unos segundos, es golpeada y obligada a permanecer en posturas sumamente incómodas.
Otro método es el conocido como “la horca invertida”. Con una bolsa en la cabeza y con las manos atadas por detrás, la víctima es elevada con ayuda de una polea que va colocada en las muñecas. Mientras más alto, más peligroso, ya que el peso del cuerpo provoca que se disloquen los hombros.
Los animales también son utilizados para la práctica de la tortura en México. Perros de caza, hambrientos y enojados, son usados para intimidar a las víctimas, quienes desnudas y con los perros casi devorándolos, confiesan sean o no culpables de lo que se les acusa. Las pistolas que provocan descargas eléctricas de hasta cincuenta mil voltios o la exposición a periodos largos con sonidos de elevados decibeles, también son parte de la tortura a la que se somete a las víctimas en México. Ambas prácticas se les realizan con los ojos vendados y las manos atadas, para provocar desorientación y confusión mental.
Amnistia Internacional la condena y los mexicanos la ven como algo cotidiano en el país. Una encuesta de Gabinete de Comunicación Estratégica (GCE), realizada en 2014, reveló que 82 de cada 100 personas piensan que la tortura en México es algo normal y que, además, consideran que son los policías quienes la comenten en mayor porcentaje.
La tortura se sigue y no se castiga, no se investiga, continúa impune. Los ojos del gobierno parecen estar cerrados ante este problema que es grande y crece aún más con el paso de los años.
Laura Corona-Almaraz.
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